La
rosa de plástico en el medio del florero, le indica a Mariana que todo ha
quedado bien, perfecto. La cortinas atadas con la mejor moña, el aire cálido y
perfumado, y lo mejor, ella misma. Cada detalle de su ropa pensado para atraer
la mirada, y hasta la puntilla de su escote sugiere solo lo que necesita, en la
medida justa, estudiada frente al espejo de la habitación, durante horas.
Es
viernes. La semana ha transcurrido como una carrera hacia ese día, con solo
altos frente a la pc, tratando de pasar el tiempo en una segunda vida
fantástica, donde todo puede ser, hasta el amor , tierno a veces, apasionado
otros, vivido como una novela romántica que proporciona el aliciente necesario
para sobrevivir hasta el viernes. Pero allí es la fantasía en la que no debería
enredarse demasiado, su racionalidad le dice que su vida real es la que
importa.
Y
vaya si lo consigue. Su cuerpo arde, anhelante, esperando un contacto físico
que lo haga estallar en un canto de vida y pasión..
El
timbre de la puerta le hace dar un vuelco al corazón. Al fin.
Verlo
entrar, saludarlo, preguntarle como le ha ido, como fue su semana, invitarlo a
cenar, es parte del ritual. El escucharle contar cada detalle de su trabajo, de
los ires y venires de sus compañeros y jefes, otro.
Mariana,
sonríe, asiente, se mueve a su alrededor, como una autómata. En su interior
solo imagina el momento de ir a la cama, y de sentir con todo su ser, el amor
que ha ido guardando y alimentando durante días.
La
cena se le hizo eterna, y mirarlo solo alimentaba más sus ansias. Esperó a que
terminara de comer y no quiso esperar más antes de decírselo. Quería ir a la
cama, ya.
Tras
quedaron los platos, abandonados en la mesa, las cortinas atadas, la rosa en el
florero.
Solo
la puerta abierta de la habitación, la cama, y la ropa que iba cayendo una a
una por el camino. El abrazo apretado y los besos duros. Cuando llegaron a la
cama, los cuerpos ya se apretaban en el abrazo íntimo de los sexos. Mariana gemía,
su cuerpo todo brindado al amor, al llamado ancestral del la entrega. Sintió el
pene penetrando duro, fuerte, dentro suyo, y se prepara su piel para arder,
para quemarse en ese fuego. De pronto, siente la pujanza desesperada de su
hombre, estallándole dentro, en un mar de semen .y enseguida, como todo se
detiene. Nada es como era hace unos segundos, ni la pujanza, ni el ardor, ni
siquiera la dureza dentro suyo. Mariana no quiere darse por vencida, necesita
tocar el cielo, lo quiere. Pero la sonrisa de disculpa, y un “lo siento. es que
te deseaba tanto” parece un punto final a su expectativa, a su imagen
largamente elaborada, a su sueño roto. Su hombre ya yace a su lado, se despereza,
le da un beso suave, da la media vuelta, y queda dormido.
Mariana
se da la vuelta, también, y sus piernas se aprietan tratando de calmar una sed
que ya no podrá saciar. A través de su mirada llena de lágrimas, mira, largamente,
sobre la mesita de la habitación, como una provocadora invitación, la pc aun
apagada.
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